Son casi las 6 pm y me doy cuenta que se está acabando el día porque unos rayos dorados, casi naranjas se cuelan entre los espacios de las persianas y se posan sobre la pared blanca. El reflejo me llama la atención y es ahí cuando caigo en la cuenta de que afuera hay un gran show esperando por mí.

Cierro la pantalla del computador, tomo mi chaqueta y me la voy poniendo mientras salgo corriendo, porque siento que un segundo puede hacer la diferencia en lo que me voy a encontrar.

Salgo del apartamento, bajo las escaleras, cruzo la puerta del edificio y sí, el tono de luz alrededor es dorado; ahora está más intenso.

Los edificios a mi alrededor no me dejan ver nada; así que debo correr una cuadra más para lograr mi objetivo.

Por fin llego al parque y no puedo evitar bajar la velocidad de mis pasos hasta detenerme por completo, porque ahora toda mi atención y sentidos se encuentran extasiados: Tengo en frente un cielo pintado de colores naranjas, fucsias y azules que se van haciendo más intensos cada segundo, creando un juego de pinturas, como obras de arte cambiantes para que desde cualquier lugar que se vean sean únicas.

Mientras tanto van llegando las nubes oscuras que van anunciando la noche y despiden el día con perfecta armonía.

El sol esta bajando detrás de la ciudad y resalta las figuras de las construcciones en contraste; así que se hace aún más hermoso ver la catedral desde aquí.

Los árboles van danzando suave con el viento que los acaricia. Tengo cerca un pino alto que envía su aroma y me hace suspirar profundo mientras cierro mis ojos por un instante para saborear este momento.

Cuando menos los espero los pájaros vuelan alrededor; como ya regresando a buscar su descanso después de un día largo como el que yo he tenido.

Hay una brisa cálida y suave que hace que me sienta en el paraíso. Si, en este paraíso llamado Manizales que cada día nos sorprende cuando se viste de atardecer.

BI HIGUERA VIAJERA

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