A veces hace falta desconectarse del mundo y perderse en lugares salidos de la realidad. Así encontré a Tominejo Ecolodge y sus casas en los arboles como de cuento de hadas.
Salí de Manizales por la vía a Neira. A los pocos minutos ya estaba entrando por la carretera privada de Tominejo Ecolodge y con toda la expectativa porque no sabia con qué me encontraría en este lugar.
Mi primer encuentro fue con unas personas muy amables y sonrientes; se notaba que disfrutan su trabajo, podía sentirlo.
Ingresé a una hermosa construcción en madera, con espacios abiertos y una arquitectura muy particular, desde donde podía ver a lo lejos a Manizales totalmente despejado y resaltando entre las montañas verdes que lo rodeaban. ¡Wow! Fue mi primera expresión. Tomé una silla y me quedé por unos minutos en el balcón deleitándome con el paisaje al que le agregaron en seguida un café negro caliente, con un shot de aguardiente que llegó a mis manos como bienvenida. “Este lugar me va asegurar un buen fin de semana” – Pensé sonriendo.
Como si fuera poco, los colibríes o tominejos como son conocidos en la zona, danzaban alrededor dejando su destello de belleza al aletear rápidamente. ¿Qué mejor nombre que Tominejo Ecolodge para este mágico lugar? – Me pregunté.
Este singular espacio en el cual la mirada trasciende, invita a quedarse allí por largo tiempo; pero ya tenía curiosidad de saber cómo eran las casas en los árboles. Si este inicio me sorprendió, no podía esperar a ver lo que me esperaba.
.
Caminamos unos cuantos metros por un sendero de piedras y rodeado de coloridas flores. “Bienvenida a nuestra casa amarilla” – Me dijeron. Yo solo podía ver árboles así que no entendía. Avancé unos pasos más y vi camuflada entre las ramas una fascinante casa de madera y pintada de color amarillo que me pareció como salida de un cuento. No podía evitar que se notara mi emoción.
Ingresamos por un puente que se funde en la naturaleza, así que debía ir corriendo las ramas de hojas verdes para darme paso. Me sentía como Alicia descubriendo por primera vez el País de las Maravillas.
Llegamos a la zona social de la casa y la cocina. Un árbol se cruzaba por la mitad y continuaba subiendo a los siguientes niveles. “Esto sí es estar en armonía con la naturaleza” – Les dije feliz.
Continuamos al cuarto principal que tenia una decoración cálida y con delicados detalles que hacían de este lugar una completa obra de arte; de esas que en un museo debes pararte en frente a admirar y solo te generan buenos sentimientos.
Unas puertas altas de madera se abrieron y dieron paso al balcón. Solo podía ver arboles frondosos en frente, pájaros volando, mariposas, colibríes y escuchaba el sonido del silencio, el sonido del bosque, el sonido que tanto anhelaba.
Antes de pasar a la acción decidí tomar una ducha. Abrí la puerta y no podía creer lo que encontré. Un espacio abierto con vista al bosque. Esta ducha se hizo inolvidable para mi. Me sentía como un pájaro en su nido, en un árbol muy alto, acicalándose en medio de la lluvia cálida que le llega del cielo. No quería salir de allí y este era solo el inicio.
Regresé a la zona social para el almuerzo. El aroma evocó memorables recuerdos de mi infancia. Una mesa colorida invitaba a compartir y a que los visitantes nos sintiéramos como en casa, en familia. Escuché muy buenas historias y reímos juntos mientras saboreábamos cada bocado, cada uno tan delicioso y además preparado con productos orgánicos de su propia huerta. El postre parecía una acuarela, estaba delicadamente decorado con flores comestibles de singular belleza. Con cada cucharada cerré mis ojos para transportarme en ese viaje sensorial. La felicidad era completa.
En la tarde avanzamos por un sendero en medio del bosque que conduce a una cascada de agua natural y que ya se acompaña de 2 nuevos nacimientos logrados por un programa sostenible de siembra de árboles nativos. Cada visitante deja su huella sembrando un siete cueros, un roble o un arboloco y haciendo más emocionante el ser parte de algo grande, de la inspiración, de sumarse a este amor por la naturaleza.
Fue una experiencia única y llena de propósitos.
En la noche nos reunimos nuevamente alrededor de la fogata, en un espacio abierto, con millones de estrellas en el infinito y donde el fuego transformaba todo con su presencia. Aquí conocí la historia de amor de Gina Jaramillo y Luis Fernando Salazar, los propietarios de Tominejo Ecolodge quienes un día soñaron con una casa en el árbol y hoy están logrando una reserva natural tan llena de vida y amor que por donde pases te hace suspirar.
Conocer lugares así merecen una celebración, así que la noche la cerramos en el bar de la zona social con las mistelas o cocteles de la casa. Nuevamente en familia, compartiendo, siendo felices, viviendo, haciendo latir el corazón.
Datos de interés:
Tominejo Ecolodge
Ubicación: Vereda Guacaica, entre Neira y Manizales. Caldas.
Reservas: 3207880828 – 3105914177
Instagram: tominejo_ecolodge
Bi Higuera Viajera.
Un comentario
Nos transportas con tus letras a cada rincón que recorres ❤