Historia escrita en el tiempo de cuarentena por el covid.
He dedicado mi tiempo de cuarentena a hacer realidad una huerta orgánica en la finca.
Se me hace agua la boca de solo pensar en todas las preparaciones que puedo hacer con todo lo que estoy sembrando; desde unos huevos pericos con cebolla de hojas verdes y tomates cherry rojitos, cogidos minutos antes de la huerta; hasta una ensalada fresca o uno de esos ajíes picantes y de colores, picados con cilantro y buen zumo de los limones del árbol de la entrada, para darle aun más sabor a unas empanadas.
Pero debía empezar por el primer paso: Desyerbar, trabajar en la preparación de la tierra, la organización de los espacios, el abono, hacer las escaleras de acceso, el cerramiento y otro bulto de actividades más.
Inicié el sábado antes de semana santa, muy temprano, antes de que se elevara el sol y todo este arduo trabajo de lo que llamé «el primer paso», me tomó hasta el miércoles santo.
Por fin todo estaba listo para el segundo paso: Plantar las semillas.
Mientras planificaba la siembra, doña Elena, la vecina de la finca de al lado se asomó por la reja de la entrada y me gritó: |
-Bibianita, estoy haciendo arepas de maíz y le tengo unas para el desayuno.
Se me hizo agua la boca de nuevo. Así que salí de la finca y con mis botas machita negras, mi sombrero agüadeño y el azadón en las manos; caminé hasta su patio.
En cuanto crucé, me encontré con un fogón improvisado lleno de leña ardiente, con el sonido de las brasas que se quebraban y un delicioso aroma a arepa asada.
-Wow pero qué es esta delicia de regalo -le dije con mucha emoción y empezamos nuestra conversación matutina.
-Bibianita, ¿cuándo va a sembrar pues? -me preguntó doña Elena.
-Ya viene la luna menguante y el viernes santo es el mejor día del año para sembrar. Pero acuérdese pues (porque es bien paisa), que el jueves santo no se puede hacer nada. Tooooodo lo que usted haga, se lo hace al Señor -explicó muy segura de lo que decía y con una expresión en su rostro de entre advertencia y sabiduría.
-¿En serio? -le respondí riéndome y continué:
-¿Entonces si me baño, me baño con el Señor y si como, me como al Señor? -no podía parar de reír de mi tonto chiste.
-Así son nuestras creencias, Bibianita. Así nos criaron -respondió riendo también, mientras venteaba las arepas con una tapa para avivar el fuego.
Doña Elena, es una mujer cercana a los setenta años. No sé la edad exacta porque tiene su secreto muy bien guardado, pero siempre está llena de energía, activa, haciendo algo en la finca y cuando tiene tiempo, se pasa con su esposo y me ayudan también en la huerta. Mientras tanto vamos charlando y yo aprendiendo de todas sus costumbres y conocimiento de las labores del campo; cosa que parece se va desvaneciendo en el tiempo, porque cada vez son menos las generaciones que se quedan allí.
Me causó gracia su historia y en especial su recomendación de sembrar el viernes santo; así que decidí seguir su consejo y comprobarlo yo misma.
El jueves santo definitivamente me la pasé de descanso para que el Señor también descansara y el viernes por fin tomamos el azadón, el regatón y las bolsas con todas las semillas listas.
Esta vez el agregado de la finca me estaba ayudando, así que empezamos a sembrar: habichuela, ají, espinaca, cilantro, cebolla larga, espinaca, tomate chonto y cherry, lechuga, zanahoria, frijol, pimentón, pepino y, como si fuera poco, 13 variedades de maíz que había traído de mi viaje a Perú unos meses antes.
Sembramos todo hasta que ya no quedó espacio para más.
Cuando estaba poniendo las semillas de maíz, me acordé de doña Elena y sus arepas.
–¿Cómo es posible que ella compre maíz, si lo puede cultivar en su tierra? -pensé.
Así que dejé algunas semillas en mi bolsillo y cuando terminé esta primera siembra, salí rumbo a su casa. Ahora era yo quien le hablaba desde la reja, mientras le estiraba la mano llena de semillas.
-Doña Elena le tengo un regalo. No compre más maíz para sus arepas, cultívelo usted misma en su tierrita y cuando tenga maíz haga lo mismo que yo, saque unas semillas y compártalas con la demás gente de la vereda. ¡Es más!; venda arepas por aquí que le quedan muy ricas y ahí se hace su platica extra.
Ella se acercó, me recibió las semillas y cuando abrió su mano no podía creer al ver el colorido y variedades de tamaño. Estaba tan emocionada como yo.
-Mijo -gritó doña Elena llamando a su esposo don Gregorio.
-Tráigame unas guayabas para Bibianita, las más grandes que encuentre para que hagan jugo pa’l almuerzo.
-Yo estoy haciendo una sopita -me contaba mientras llegaba don Gregorio con unas guayabas enormes.
-¿Cómo así doña Elena? ¿Otra vez me va a dejar en deuda usted? -le pregunté sonriendo.
– Ah no, eso no. Entonces espéreme aquí un momentico ya vuelvo.
Salí corriendo a buscar el racimo de bananos que habían cogido en la semana. Tomé los bananos maduros y se los llevé.
– Usted me da guayabas para el jugo, yo le doy bananos para la sopa.
Ella se reía y me volvió a hacer una pregunta:
-¿Quiere llevar mandarinas?
Así nos la pasamos todos los días entre reja y reja mientras vivíamos la cuarentena.
Que gran lección nos da la gente del campo que con tan poco, lo comparten todo. Esta cuarentena si que le ha dado valor al campo, a volver a cultivar nuestros alimentos, a agradecer por la abundancia de la tierra, a valorar el trabajo fuerte que hacen a diario nuestros tan olvidados campesinos.
Nos ha enseñado a compartir con humildad, porque todos somos iguales, porque todos necesitamos de todos.
Espero que esta huerta produzca mucho alimento, así cuando pase la pandemia podré hacer trueque no por arepas, guayabas o mandarinas, sino por abrazos, historias y sonrisas.
Este no es solo un trueque de mercado, es también un trueque de emociones, sentimientos y conocimiento. Este es un trueque de cuarentena.